ESCRITORES
Errebe
dedicado a toda esa gente que no puede dejar pasar las cosas sin escribirlas


sábado, febrero 21, 2004  

El hilo de Macuto

por César Aira



En un viaje que hice recientemente a Venezuela tuve la ocasión de admirar el famoso "Hilo de Macuto", una de las maravillas del Nuevo Mundo, legado de anónimos piratas, atracción del turismo y enigma sin respuesta. Un extraño monumento de ingenio que atravesó los siglos indescifrado y en el proceso se volvió parte de una Naturaleza que en esas latitudes es tan rica como todas las renovaciones que promueve. Macuto es una de las localidades costeras que se suceden a los pies de Caracas, vecina de Maiquetía, donde está el aeropuerto al que yo había llegado. Me alojaron provisoriamente en Las Quince Letras, el moderno hotel levantado frente al parador y restaurante del mismo nombre, sobre la costa misma. Mi habitación daba al mar, el Caribe enorme y a la vez íntimo, azul y brillante. El "Hilo" pasaba a cien metros del hotel; lo descubrí desde la ventana, y fui a verlo.

En mi infancia, como todo niño americano, yo me había empapado en vanas especulaciones sobre el Hilo de Macuto, en el que se hacía real, tangible, vestigio vivo, el mundo novelesco de los piratas. Las enciclopedias (la mía era el Tesoro de la Juventud, que nunca como en esas páginas merecía su nombre) traían esquemas y fotografías, que yo reproducía en mis cuadernos. Y en mis juegos desataba los nudos, descubría el secreto... Más tarde vi documentales sobre el Hilo en la televisión, compré algún libro sobre el tema, y tropecé con él muchas veces en mis estudios de la literatura venezolana y caribeña, donde es un leit motiv. También seguí, como todos (aunque sin un interés especial)las noticias que traían los diarios sobre nuevas teorías, nuevos intentos de descifrar el enigma... El hecho de que siempre fueran nuevos era indicio suficiente de que los anteriores habían fracasado.

Según la leyenda inmemorial, el Hilo debía servir para izar del fondo del mar un tesoro, un botín de valor incalculable puesto allí por los piratas. Uno de los piratas (todas las indagaciones en crónicas y archivos han fallado en identificarlo) debió de ser un genio científico-artístico de primera magnitud, un Leonardo a bordo, para idear el maravilloso instrumento que servía a la vez para ocultar el botín y recuperarlo.

El aparato tenía una simplicidad genial. Era, como el nombre lo dice, un "hilo", uno solo, en realidad una cuerda de fibras naturales, tendida a unos tres metros sobre la superficie del agua sobre una hoya marina que hace el fondo cerca de la costa de Macuto. En la hoya se perdía un extremo del hilo, que pasaba por una suerte de roldana natural de piedra en una roca emergida a doscientos metros de la orilla, daba una voltereta de nudos corredizos en un obelisco también natural en tierra, y de ahí subía a dos montañuelas de la cadena costera para volver al "obelisco", en una triangulación. Sin necesidad de restauraciones, el dispositivo había resistido intacto el paso de los siglos, sin cuidados especiales -al contrario, siempre invicto ante las manipulaciones groseras y hasta brutales de los buscadores de tesoros (todo el mundo lo es), ante los depredadores, los curiosos, y las legiones de turistas-.

Yo fui uno más... El último, como se verá. Resultó ligeramente emocionante verme frente a él. No importa lo que se sepa de un objeto famoso:estar en su presencia es otra cosa. Hay que encontrar la sensación de realidad, despegar el velo de sueños que es la sustancia de la realidad, y ponerse a la altura del momento, del Everest del momento. Innecesario decir que soy incapaz de esa hazaña, yo más que nadie.



(de "El congreso de literatura", César Aira, 1999)



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posted by Erre Be | 2/21/2004 06:30:00 p. m.


lunes, febrero 16, 2004  

Mientras tanto



Por Gabriela Liffschitz


Yo no me acordaba cómo era el tacto de mi cuerpo sin vellosidad hasta que me quedé pelada de la cabeza a los pies. Porque la experiencia de la quimio es aterradora en varios aspectos, pero no en el hecho de que se caiga el pelo sino que la forma en que se cae es signo de enfermedad. Se caen las cejas, el vello púbico, el de las axilas. Hay gente que hasta cambia de tonalidad, llega a una palidez total, casi verdosa. Y es que hay prejuicios ridículos como que con la quimio no se puede tomar sol. Y eso es cierto pero durante las primeras 48 horas. Por eso el cuerpo puede llegar a adquirir esa tonalidad tan rara, tan enfermiza. Yo, como perdí el pelo luego del verano, tenía toda la cara marrón por el sol y la pelada color leche. Con el pelo me pasó lo mismo que con la teta: no necesariamente tenía que inscribir mi cuerpo como cuerpo enfermo o falto de. Al revés, podía ganar en eso una porción erótica.

Yo no sabía cómo era mi cabeza. Es que las mujeres no usan la cabeza pelada salvo en la primera infancia, por motivos religiosos o políticos: por ejemplo, el hecho de pertenecer a los skinheads. Una vez me paró en la calle un hare krishna que me preguntó si me había pelado por motivos religiosos. Le contesté que decididamente no.

Antes de las fotos, había en el uso cotidiano de la pelada una cuestión estética que había que resolver. Una variante era usar varias pelucas y ser una persona distinta cada mañana. Pero las pelucas salen carísimas a menos que sean de cotillón. De hecho usé una rosada, divina, para una fiesta. Pero estaba el día a día: el laburo, la nena, la escuela. Entonces me probé una peluca que me hacía parecer una judía ortodoxa. Una pollera larga y estaba para el ghetto. Pero cuando vi cómo era mi cabeza, la empecé a mostrar, salvo en invierno, durante el que usé gorros.

Para que no me confundieran con una skinhead, yo que suelo usar ropa negra, recuperé ropa vieja, sobre todo de color turquesa, y empecé a usar chalinas. Como las cejas me parecían un marco importante de los ojos, yo me las pintaba. Empecé a maquillarme mucho más. Y eso creaba un equívoco terrible en la calle. Mi hermana decía que a la gente tenía que cobrarle veinticinco centavos por mirar, cincuenta por sostener la mirada y un peso por darse vuelta. Me hubiera hecho millonaria. Eran miradas de desaprobación, miradas ofendidas. Nadie ni por asomo pensaba que yo estaba enferma. Había días en que estaba muy sensible y recibía esto muy mal. Entonces sentía que me miraban con cierto descaro porque yo era una descarada.

Me hice pintar dos serpientes a lo largo del cuerpo porque para mí la serpiente tiene que ver al mismo tiempo con lo erótico y lo mortal. Además hay enfermeras especialmente preparadas para pasar quimioterapia que les dicen a los pacientes mientras les inyectan esa medicina que hace caer el pelo: “¡Acá viene el veneno!”. Un día charlando con un amigo cuya pareja es médico me aclaró: “La serpiente es el símbolo de la medicina”.

Con la enfermedad, yo no encontré una imagen anterior que se destruyó sino quinientas que destruí mil veces. Fui hippie, fui posmo, fui joven siendo vieja, fui vieja siendo joven, me moví desde el tailleur hasta las calzas negras de lycra. Sin teta fue otra imagen, sin pelo es otra imagen. Y aclaro que yo no me quiero proponer como la persona que tiene todas las respuestas, sólo que ésta es una respuesta para mí.

Yo tengo cierta intención de conseguir otra imagen para la enfermedad. No es necesario ponerse verde y vomitar para estar enfermo. Se pueden tener otros aspectos. Ahora, tampoco es mi objetivo parecer no enferma. De hecho, si hay que hacer una cola de dos cuadras, yo me acerco y digo “Tengo cáncer de huesos, ¿me deja pasar?”. Claro que cuando lo digo la gente me mira desorientadísima de verdad. Pero cuento con que me crean,porque decir que se tiene cáncer en los huesos para no hacer una cola es de un psicótico (con lo cual deberían dejarlo pasar también).

A la enfermedad la tengo y acompaña mi vida y no me queda otra. Pero no es el eje. Si estoy señalada todo el tiempo como enferma, estaré todo el tiempo enferma. Pero no estoy todo el tiempo enferma. Hay momentos que sí y otros que no. Incluso hay momentos en que me olvido. Y la habitual utilización de la imagen que se hace en relación a la enfermedad –ponerse un pañuelo en la cabeza, ocultarse– yo la creo muy dañina. Volverse casi verde, estar vomitando es un momento.

Pero hay muchos otros. Si yo me hubiera puesto verde me hubiera pintado los ojos de violeta para que combine. Se trata justamente de eso, de que estas mutaciones combinen con tu vida. Porque tu vida no termina con el cáncer. Si te pisa un auto no hay mucho que elaborar al respecto. Pero en este caso vos seguís viviendo y resulta que te vas a morir pero no, y seguís viviendo un poco más y los pronósticos son medio jodidos pero seguís más y más. ¿Mientras tanto? Mientras tanto una está viva.


La fotógrafa y poeta Gabriela Liffschitz
murió el viernes pasado. Estas declaraciones
pertenecen a las entrevistas que le hizo María
Moreno para la salida de sus libros Efectos
colaterales y Recursos humanos.


(Página 12, suplemento Radar)

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posted by Erre Be | 2/16/2004 12:10:00 p. m.
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